21/7/10

para leer en F!

Ser feminista es chido

Por Cristina Rivera Garza*

Lo que alguna vez, a finales del siglo XX, fue señal inequívoca de posiciones críticas y libertarias se ha convertido, a inicios del XXI, en epíteto ofensivo. No hay muchos años entre la década de los 1960s y el 2008, pero de una cosa estoy segura: pocas cosas insultan más a una mujer actual que ser llamada feminista. El feminismo se ha transformado en la “F” word del mundo contemporáneo. Lo rechazan las jóvenes que se refieren a eso, y pronuncian con frecuencia ese eso en itálicas, como a un asunto de generaciones anteriores o como una cosa, simplemente, pasada de moda. Lo rechazan las creadoras que, ya dubitativamente o ya con una firme firmeza, problematizan la relación que une, o desune, al género con el poema o la instalación o el performance o la rola. Lo rechazan las personalidades públicas que, aún cuando defienden posiciones a favor de la igualdad entre los géneros, se cuidan de enunciar la palabra con tal de no espantar a posibles seguidores o discípulos. Lo rechazan, por supuesto, los sectores más conservadores de ésta o cualquier otra sociedad para quienes las feministas están sólo a unos centímetros, y siempre a la izquierda, del mismísimo diablo. Lo rechazan los clérigos. Lo rechazan tantos y tantos más que, a estas alturas, no resulta extraño que exista, sino que es un verdadero milagro que siga existiendo.

Clave subterránea, trinchera de utópicos irredentos, manía de descastados o gritonas, bandera de los no-pasarán, el término “feminismo”, por la mera virtud de existir, es ahora un enigmático estereotipo (y disculpen esta contradicción en términos). Al menos en eso parece haberse convertido para alumnas y alumnos que, después de clase o en horas de oficina, se aproximan a preguntar, a veces con esa mirada baja que provoca la pena ajena y, otras, con la obvia urgencia del que busca un nombre para una innombrable furia interna, cosas extrañas acerca de las feministas. Considero, por supuesto, que las preguntas son importantes, pero ésa no es la única ni la más significativa razón para incluirlas aquí. Las incluyo, junto con las respuestas que he dado o hubiera podido dar de contar con más tiempo, porque intuyo, con esta intuición que algunos llamarán femenina y nadie feminista, que hay más hombres y mujeres, jóvenes y viejos, de aquí y de allá y de acullá, preguntándose estas cosas o cosas un tanto parecidas.

Debe haber más.

El feminismo, a pesar del prestigio erosionado de la etiqueta, sigue teniendo un cierto aire chic escondido. La narradora Cristina Rivera Garza explora el concepto, lo rescata bajo su pluma del lugar común y la ortodoxia, y nos lo entrega lustroso, simple e inteligente. Así, descubrimos que el feminismo no es como lo pintan.

1. ¿Todas las feministas odian a los hombres?

Justo como la no-feministas, las feministas tienen apreciaciones variadas sobre los hombres —no un grupo homogéneo, a decir verdad, sino, efectivamente, diverso y, gracias a dios, amplio. Lo que parece suceder es que las posiciones críticas de los distintos feminismos acerca y en contra del sistema de jerarquías patriarcales que desequilibran las relaciones entre los géneros son tomadas demasiado personalmente por los beneficiados de ese sistema. Valdría la pena aclarar, pues, que estas críticas van dirigidas a un sistema de jerarquías patriarcales en el cual participan tanto hombres como mujeres y que las críticas, que sí existen, se remiten a todos aquellos que, de manera consciente o inconsciente, se vuelven cómplices de tal situación. No, definitivamente no es necesario “odiar” a los hombres para ser feminista.

2. ¿Todas las feministas se quedan para vestir santos?

Aunque supongo que el índice de mujeres que optan por arreglos familiares no tradicionales (uniones consensuales, las así llamadas uniones libres, las madres y/o padres solteros, las máquinas solteras, etc.) es mayor entre las feministas que entre las no-feministas, hay muchísimos casos de feministas felizmente (o infelizmente, asegún le toque a cada quien) matrimoniadas. Las feministas pueden tener maridos y pueden tener hijos y, con el tiempo, nietos. Y también pueden ser cariñosas y comprensivas.

3. ¿Hay hombres feministas?

Sí, lo digo enfáticamente, y no todos son gays. Los distintos procesos económicos y sociales que ha provocado la entrada masiva de las mujeres en el mercado laboral, y los cambios en los arreglos domésticos tradicionales a que este proceso dio lugar, han puesto de manifiesto que también la masculinidad es un sitio de airado debate. Ni todos los hombres son hombres de la misma manera ni todos están contentos con el papel que les ha tocado desempañar. Así, las críticas feministas en contra de las jerarquías patriarcales con frecuencia encuentran eco entre hombres no tradicionales u hombres contestatarios u hombres con deseos de explorar las multifacéticas caras de su condición.

4. ¿Todas las feministas son feas?

Aunque los conceptos de belleza son tan diversos como las sociedades y los tiempos que los producen, y aunque en gustos se rompen géneros (en todos los sentidos de las palabras, por supuesto) a las pruebas me remito. Les sugiero ver fotografías de Gloria Steinman, Judith Butler, Susan Sontag, Simone de Beauvior, Susan Sarandon. Y, más cerca de casa, Glora Prado, Blanca Anzoleaga, Sandra Lorenzano, Marta Lamas, Ana Rosa Domenella. Esto, por supuesto, entre muchas otras.

5. ¿Todas las feministas son lesbianas?

No, no todas las feministas son lesbianas. De hecho, en tanto lugar crítico, los distintos feminismos apuestan por o tienen una sospechosa proclividad para trascender barreras genéricas establecidas por el poder. Así, dentro de este amplio espectro que se denomina como feminismo, conviven heterosexuales, homosexuales, bisexuales, transexuales, omnisexuales, asexuales. En otras palabras: todo cabe en los feminismos sabiéndolo acomodar.

6. ¿Puedo ser feminista y ser “normal”?

Depende, claro, de lo que quieras decir por “normal”. Pero si crees que, independientemente de las diferencias biológicas, hombres y mujeres tienen igual derecho a la educación, trabajo, salud y, por supuesto, al disfrute de sus cuerpos entonces puedes considerarte, y con orgullo, como feminista. Ahora bien, si el epíteto te resulta todavía demasiado agresivo, o temes que tus amigos te estigmaticen, te declaren la ley del hielo o no te publiquen, te sugiero que le agregues el calificativo de cordial. ¿Quién en su sano juicio podría violentar a una feminista cordial?

7. Pero, si usted se ve tan buena onda, ¿a poco de verdad es feminista?

Sí, la autora de esta nota es feminista —una feminista cordial, por supuesto. Ajá. Si el tema te interesa, te sugiero que leas:

Simone de Beauvior, El segundo sexo
Judith Butler, El género en disputa
Martha Lamas, Cuerpo: diferencia sexual y género
* Cristina Rivera Garza es narradora —su última novela es La muerte me da (Tusquets, 2007)— y profesora en la Universidad de California-San Diego. Texto tomado de su bitácora electrónica “No hay tal lugar” (www. cristinariveragarza.blogspot.com). Publicado con su autorización.