21/8/09

Sí, hasta la sintaxis se enoja. No parece gustarle el que se diga en
femenino lo que se supone genérico y, por ello, hasta la computadora
señala el “error” y exige ponerlo en masculino. A pesar de la demografía,
la cual ha demostrado que la mayoría de la población es femenina, y de que
me enseñaron en la escuela primaria que “número mata género”, o sea, si
hay más mujeres que hombres en algún lugar (y es el caso de México), se
debe usar el femenino.

Eso, que parece una simpleza, una superficialidad incrustada en la forma
de hablar, es algo que se ha sedimentado profundamente en la idea del
valor de las personas. Valen lo mismo un y una ser humana, porque tienen
exactamente las mismas capacidades y merecen las mismas oportunidades.

Evidentemente, entre las mujeres y los hombres, la diferencia sexual
introduce funciones distintas en el ejercicio de reproducir la especie.
Pero las funciones de una y otro son igualmente indispensables. Entender
que las diferencias son expresión distinta de esas capacidades, nunca
desigualdad, es manifestación más que inteligente de conciencia que antes
no pasaba por nuestra “idiosincrasia”.

Por múltiples razones, que cruzan desde lo histórico hasta lo simbólico o,
más correctamente expresado, inician en lo simbólico y hacen historia, lo
masculino se sigue valorando como superior a lo femenino. Y esa discusión
no tendría mayor sentido si no fuera por la implicación que ha tenido, y
tiene, en la vida de las seres humanas.

Tanto la Comisión Nacional de los Derechos Humanos como la del DF
cambiarán de presidente. Y, desde ahora, quienes piensan que cubren los
requisitos para obtener el cargo están buscando apoyos. Hay mujeres y
hombres intentando poner al servicio de una de las mejores causas, los
derechos humanos, su inteligencia, su pasión, sus buenos oficios. Y decir
que sería mejor una que otro por el simple hecho de haber nacido con un
cuerpo determinado, además de una simpleza (en la que los hombres tienen
una larguísima experiencia), es una manera de descalificar la inteligencia
que, sin duda, tienen esos cuerpos.

Me parece que un requisito indispensable, obligatorio, debiera ser el
análisis, por la vía del ensayo, el cuestionario, la revisión de
biografías públicas, de los conceptos que ha asumido cada candidata, cada
candidato, acerca de los derechos de las mujeres, de cómo se protegen las
diferencias, sin cancelar el ejercicio de los derechos.

Y por esas coincidencias simpáticas de la vida, hoy, dos mujeres de “noble
cuna”, “mucho estudio”, “fuerte carácter”, “indeclinable vocación”, dos
Patricias, una, Colchero, la otra, Olamendi y, una, con el objetivo de la
Comisión del Distrito Federal y, la otra, para dirigir la Nacional, están
intentando alcanzar esos destinos.

Las dos Patricias, con largas carreras en el tema, conocen bien las
complejidades de que, en un país como el nuestro, la desigualdad por
discriminación, en vez de disminuir, aumenta. Saben perfectamente que en
México, una vez más, se confunden los derechos de las mujeres con las
ideas religiosas. No obstante, las dos están dispuestas a honrar la
memoria y avanzar en la utopía de millones de mujeres que, como doña
Josefa Ortiz y doña Leona Vicario, lo quieren libre; que, como Juana Belén
y Elisa Acuña, exigen la libertad de expresión; que, al igual que Hermila
Galindo y Elvia Carrillo Puerto, trabajan por la igualdad y los derechos
políticos de las mujeres. Y ambas, con Rosario Castellanos, insisten:
“Debe haber otro modo que no se llame Safo ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura. Otro modo de ser humano y libre. Otro
modo de ser”. Y, junto a Griselda Álvarez, autora de una bellísima Letanía
erótica para la paz, creen y trabajan por realizar la utopía.

claschca@prodigy.net.mx