23/12/09

Nota de opinión:

El empoderamiento de la jerarquía católica

Roberto Blancarte
La jerarquía católica no tiene fuerza propia: depende de la que reciba de los distintos gobiernos y partidos políticos. El actual modelo eclesial está en tal crisis que, como las grandes tiendas departamentales, el arzobispado de México tiene que poner sus productos en barata o al 2 por 1. Así, el sábado pasado en la Catedral Metropolitana tuvo lugar un maratón de confesiones “de las 8 de la mañana a las 9 de la noche” para expiar pecados, dando así “mayores facilidades” a todas las personas “que quieran reconciliarse con Dios a través del sacramento de la penitencia”. Todo esto una vez que el propio arzobispado admite que muchos bautizados normalmente “no acuden a los sacramentos como debieran o lo hacen de manera esporádica”. Pero nuestros políticos tienen miedo y hacen cálculos políticos equivocados.
Los dirigentes priistas dicen que no se quieren meter al tema del aborto porque es un tema que polariza. Pero en la práctica no se han hecho a un lado; han aprobado la criminalización del aborto y han dado marcha atrás a muchos de los avances que en materia de libertades y derechos de las mujeres se habían alcanzado en las últimas décadas. Cual Poncio Pilatos, Beatriz Paredes y otros dirigentes nacionales se han lavado las manos; sabiendo que al no intervenir van a dejar que el sanedrín crucifique a las mujeres, se preguntan: ¿yo qué puedo hacer, si mis gobernadores se han puesto de acuerdo con los obispos católicos de sus entidades? Si por mí fuera, yo las salvaría —pensarán—, pero necesitamos el apoyo de la autoridad religiosa y eso es lo único que nos han pedido: que hagamos lo que el gobierno panista por sí solo no ha podido hacer; confesionalizar la política, debilitar al Estado laico, introducir en la legislación y en las políticas públicas la norma católica.
Lo peor del caso es que el cálculo priista está basado en una falacia: que la dirigencia católica tiene poder político y electoral. En otras palabras, la falacia consiste en creer que el episcopado católico tiene la capacidad para influir sobre una buena parte del electorado, compuesto por los feligreses de esa Iglesia. Y no hay nada más falso y engañoso que dicho razonamiento. En realidad, lo que las encuestas nos muestran es que los católicos quieren cosas muy distintas a lo que desean sus obispos. Mientras que éstos siguen oponiéndose a la educación sexual en los adolescentes, a los anticonceptivos, al condón y al aborto bajo cualquier circunstancia, una enorme mayoría, casi el 100 por ciento de los católicos (ya no digamos los creyentes de otras religiones o los no creyentes) quiere que los servicios de salud públicos ofrezcan métodos anticonceptivos gratuitos, son favorables a que el gobierno promocione el uso de condones para combatir el VIH, dice que las escuelas públicas deben incluir cursos de educación sexual. Más de 80 por ciento de las y los católicos creen que se debe permitir que una persona pueda volver a casarse después de divorciarse, que los homosexuales y lesbianas tengan protección legal para evitar discriminación, que los adolescentes tengan acceso a métodos anticonceptivos. Casi 90 por ciento de los católicos está de acuerdo en que las escuelas deberían informar sobre todos los métodos anticonceptivos y no exclusivamente sobre la abstinencia como forma de evitar embarazos no deseados. La mayor parte de la población mexicana (alrededor de 70 por ciento, según encuesta realizada hace algunos años), incluida por supuesto la población católica, estaba de acuerdo con la legislación vigente hasta hace pocos meses, en la que el aborto no era penalizado por diversas causales y bajo ciertas circunstancias.
Es falso, por lo tanto, que los católicos y las católicas quieran lo mismo que sus obispos en estas materias. Hay una enorme brecha entre lo que la feligresía desea y lo que el episcopado propugna. Salvo porcentajes muy reducidos, los fieles no se ven reflejados en las demandas de sus obispos. Señalamiento aparte merecen los líderes evangélicos que en la práctica le están haciendo el juego al episcopado católico. Luego entonces, en la medida que el cálculo político del PRI está basado en la errónea suposición de que complaciendo a los obispos se está dando gusto a los católicos, dicho partido asume equivocadamente que con esas acciones va a ganar votos entre los feligreses. Se le olvida que los fieles son también ciudadanos, que éstos no están de acuerdo en el debilitamiento del Estado laico y del principio de separación entre éste y las iglesias y que el abandono de sus ideales partidarios no necesariamente se reflejará en el futuro en una mayor votación a su favor. Podrían, por el contrario, perder muchos votos y el respaldo de importantes sectores de la población, la cual tradicionalmente ve con desconfianza la alianza del Estado con cualquier iglesia, pues ésta suele hacerse en detrimento de las libertades ciudadanas.
Así que la decisión a la Poncio Pilatos de la dirigencia nacional del PRI no sólo está basada en supuestos falsos, sino que ha significado un relativo y equívoco empoderamiento de la jerarquía católica. Pero, sin ánimo de ofender, como dice el dicho: “La culpa no la tiene el puerco, sino el que le da de comer”.
Un saludo

Comité Coordinador
José Angel Aguilar Gil


Información Red Electrónica
Ricardo Fonseca Ceja
Ma. de Lourdes Camacho Solis